jueves, 6 de marzo de 2014

Marruecos, mon amour

  


En las distintas entrevistas que me han ido haciendo desde la publicación de Pasión en Marrakech, hay una cuestión que se repite: «¿Por qué elegiste Marruecos como escenario para el desarrollo de la trama de tu novela?» Es una pregunta lógica, hasta cierto punto, y que no me molesta en absoluto, todo lo contrario. Y como Marruecos ya estuvo presente en mi primera novela, Los ojos de Saïd, y lo estará en la siguiente, hoy quiero darme el gusto de saciar vuestra curiosidad. Las personas más allegadas a mí saben que un marroquí me robó el corazón hace unos años, y eso ha ejercido una vital influencia. Pero lo cierto es que mi interés por el mundo árabe se remonta a una época anterior. A mí me gusta imaginar que hay sangre árabe corriendo por mis venas, dado que mis padres, abuelos y no sé cuántas generaciones más tienen su origen en Frigiliana (Málaga), uno de los pueblos de Andalucía que más patente deja su carácter mudéjar y mayor influencia árabe muestra, tanto en su arquitectura como en su historia, e incluso en el aspecto físico de muchos de sus habitantes. De hecho, las encaladas paredes de su barrio morisco contienen doce paneles de cerámica en los que se narra el levantamiento de los musulmanes y la Batalla del Peñón de Frigiliana. Un acontecimiento muy triste en el que se derramó demasiada sangre, musulmana y cristiana.





Por otra parte, hay teorías que afirman (aunque otras lo niegan) que todos los apellidos españoles terminados en -ez (como Sánchez, mi segundo apellido) son de origen morisco. Tras la terrible expulsión masiva de los musulmanes a los que obligaron a abandonar sus propias casas y su propia tierra para exiliarse a Marruecos, Túnez, Argelia y otros países del norte de África tan desconocidos para ellos como estos, los pocos que lograron quedarse aquí se vieron forzados a convertirse al cristianismo, y para ello debían ser bautizados y necesitaban un padrino (cristiano, claro). Así pues, Sánchez significa ahijado de Sancho; López ahijado de Lope, etc.



Desde muy jovencita me sentí atraída por la forma de vestir y los complementos de las mujeres árabes. En verano, cuando estaba tan bronceaba y lucía tintineantes brazaletes, llamativas tobilleras, pendientes largos y pantalones de tiro caído, al estilo turco, a menudo me preguntaban si era «mora» o si lo eran mis padres. Y a mí no solo no me molestaba la confusión sino que me sentía halagada.






En diferentes etapas de mi vida me he cruzado con españoles cuyas familias vivieron en Marruecos durante generaciones. Contaban maravillas, sobre todo de Casablanca y Tánger, y yo absorbía esa información embobada, sintiéndome cada vez más atraída, más fascinada por esa cultura. Hace años que aprendí a preparar el tradicional couscous, el té a la hierbabuena, la contundente harira y la deliciosa pastela. He hecho mis pinitos como bailarina de danza del vientre y fue una experiencia maravillosa, pero después de una lesión de cadera y otra en el gemelo comprendí que lo mío no era bailar. Las actividades que mejor se adaptan a mi personalidad son más reposadas, es evidente. También he recibido clases de iniciación al árabe, una lengua preciosa, artística y muy poética en la que deseo seguir profundizando en cuanto tenga algo de tiempo.

Debo aclarar, sin embargo, que el Marruecos genuino no es árabe, sino bereber. Los primeros árabes fueron inmigrantes procedentes de Arabia Saudí, y hoy en día conviven ambas culturas en armonía, a pesar de sus diferencias, ya que poseen distintas costumbres y ni siquiera hablan la misma lengua.

Cayendo en los tópicos de siempre, dicen que los hombres marroquíes son machistas y que sus mujeres viven reprimidas. Yo lo que creo es que, en primer lugar, no se debe generalizar, y en segundo lugar hay de todo en todas partes. ¿Acaso no hay machistas en España, ni mujeres reprimidas? Las mujeres marroquíes, al menos las que yo conozco, entran y salen, hacen y deshacen, viajan, estudian carreras universitarias y viven la vida que ellas mismas han elegido. 




Aunque se trata de un país musulmán, Marruecos es respetuoso con las distintas ideas y creencias. En él conviven musulmanes, judíos y cristianos. Hay iglesias, sinagogas y mezquitas. Ese tabú y ese miedo que los occidentales muestran hacia el islam, solo refleja un profundo desconocimiento. Conozco de primera mano esta religión y si en algo ha afectado a mi vida ha sido para enriquecerla y llenarla de pequeños matices de los que antes carecía. 
  







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Estoy en crisis, me digo a mí misma. ¿Por qué? Me pregunto, iniciando una especie de monólogo interno absurdo. Porque aún no he empezado la ...