Fragmento de mi libro:
ME SEPARÉ, AUNQUE LE AMABA DEMASIADO. Del amor y otras adicciones.
"...Debo admitir que al contemplarme en el espejo, ante la mirada atónita de mis acompañantes, enfundada en aquel precioso vestido de raso, largo hasta los tobillos, que dejaba hombros, cuello y escote al descubierto, me quedé perpleja y muda de asombro. Fue una sorpresa verme a mí misma como a una actriz de cine clásico. Nunca imaginé que pudiera sentirme así por una simple prenda de ropa. Me vi guapa, radiante… Comprendí que en ese supuesto gran día iba a ser el centro de atención. Mamá no pudo contener las lágrimas y tanto ella como mi hermana coincidieron en que ese era mi vestido. Parecía haber sido diseñado especialmente para mí. Me probé muchísimos y con ningún otro tuve esa sensación. Era blanco, blanquísimo, de un blanco resplandeciente, perlado. De un tacto fresco y suave como la seda. Tan sencillo y a la vez tan bonito… Entallado de arriba abajo, marcando la figura, y desde la cintura, por la parte de atrás, le salía una larga cola de quita y pon. Con la cola puesta era el típico vestido de novia, aunque en absoluto convencional; sin ella, un elegante vestido de noche blanco, con un corte en la falda, por detrás, dejando entrever las piernas. Bello, sencillo y a la vez llamativo. Un verdadero acierto que no logró mitigar, sin embargo, las dudas y la angustia que me corroían por dentro, a medida que se acercaba el día.
Cuando pensaba en la boda me invadía una mezcla de emoción e incertidumbre. Una especie de desasosiego inoportuno me recorría de arriba abajo, haciéndome temblar. ¿Qué me pasa? Me decía a mí misma. ¿Acaso no es él el hombre con quien deseo de verdad compartir mi vida? ¿Acaso no he luchado contra viento y marea, en épocas de turbulencias, para salvar lo nuestro…? Cada vez que trataba de imaginarme vestida de blanco, caminando hacia el altar, mi sueño se convertía en pesadilla. Mi madre lloraría de la emoción y mi padre no cabría en sí de gozo, y allí estaría yo, rodeada por un montón de seres queridos y otros no tanto. ¿Pero… era eso lo que quería? Incapaz de reconocer que tal vez el hombre elegido no era el adecuado, culpé de mi desazón al hecho de ceder ante el deseo de la familia de celebrar una boda tradicional, en lugar de irnos a vivir juntos sin más, como en el fondo deseábamos. Y me prometí a mí misma un par de cosas: la primera, que ese día dejaría sobre el altar un puñado de convicciones, tradiciones y falsos principios que me echaron encima al nacer y cargué sobre mis espaldas durante años, como una buena niña; y la segunda, que si alguna vez tenía hijos les permitiría ser dueños de su persona y actuar en libertad, tomando decisiones por sí mismos, dependiendo de sus propios principios, que yo respetaría. Procuraría estar a su lado siempre que me necesitasen, pero no me metería en sus vidas más de lo estrictamente necesario..."