Cuando alguien de mi entorno me oye nombrar a
Frigiliana por primera vez me mira con extrañeza: “¿Frigiqué…?” Inquiere, con intriga.
Entonces le explico que es el pueblo de mis padres, abuelos, bisabuelos y vete
tú a saber cuántas generaciones más de mis antepasados. La segunda vez que ese
mismo alguien me oye mencionar tan rebuscado nombre lo más probable es que me
pregunte de nuevo: “¿Cómo has dicho que se llama…?” Y aún tardará algún tiempo
en memorizarlo, porque hay que reconocer que el nombrecito se las trae (yo
porque lo he interiorizado desde mi más tierna infancia, lo mismo que mis
padres, tíos, primas y demás parientes, que sino…). Pero una vez que lo tenga
asimilado jamás olvidará que: 1- Frigiliana está muy presente en mis
conversaciones; 2- Forma parte de mi manera de entender la vida, de mi
personalidad; y 3- La considero “mi pueblo”, aunque haya nacido en Barcelona.
Frigiliana es un municipio de Málaga (Andalucía,
España) situado en la comarca de la Axarquía, entre la Sierra de Almijara y el
Mediterráneo, a trescientos metros sobre el nivel del mar. Limita al norte con el
municipio de Cómpeta, al oeste con Torrox, y al sudeste con Nerja. Vamos, que
Frigiliana es de montaña, pero se encuentra a tan sólo seis kilómetros de las espléndidas
playas nerjeñas.
Sus orígenes datan de una época en la que el hombre
primitivo empezó a hacerse sedentario, después del Neolítico, hacia el año 3000
a.c. Hay evidencias que la ubican, casi con toda probabilidad, en la cultura de
El Algar, presente en la mayoría de poblados del sudeste de la Península
Ibérica en la Edad del Bronce.
Por ella pasaron fenicios y romanos, siendo estos
últimos los que la denominaron Frexinius-ana (la villa de Frexinius) que derivó
en la actual Frigiliana. O por lo menos esa es la versión oficial, según
estudiosos del tema.
Aunque sin duda fueron los árabes los que más huella
dejaron en este bello enclave. Además de su influencia arquitectónica, que
resulta evidente, introdujeron importantes avances en la agricultura, creando
un innovador sistema de regadío a base de acequias y albercas que ellos mismos
construyeron y aún se conservan, y que permitió la introducción de nuevos
cultivos, como la caña de azúcar.
De las cruentas batallas entre moros y cristianos
que allí se libraron, son fieles testimonios los doce mosaicos de cerámica en
los que se narran e ilustran episodios de la Rebelión de las Alpujarras tan insignes
como la Batalla del Peñón de Frigiliana. Estos mosaicos recorren las paredes
del Barrio Morisco y fueron colocados ahí en 1982, el mismo año en que se le
concedió al municipio el Primer Premio de Embellecimiento de pueblos de España.
Desde hace unos años, además, se celebra en esta
villa el Festival Frigiliana 3 Culturas, unas fiestas que no dejan a nadie
indiferente, en las que se pretende homenajear a las tres culturas que han
dejado huella en estas tierras: la musulmana, la hebrea y la cristiana. El
Festival se compone de una serie de actos musicales, culturales, gastronómicos
y de ocio que mantienen a sus asistentes ocupados día y noche en un enorme
abanico de eventos a elegir, para todos los gustos.
A grandes rasgos, eso es Frigiliana.
Para mí, sin embargo, es mucho más. Aún estaba en el
vientre materno cuando la visité por primera vez. Desde que vine al mundo, mis
padres me llevaron hasta ella verano tras verano, durante toda mi infancia y
adolescencia. Después empecé a visitarla por mi cuenta y sigo haciéndolo, no
cada año, pero siempre que puedo.
Frigiliana huele a estío caluroso, a risa infantil,
a chapuzón refrescante en la alberca. A romero y a tomillo en la sierra, donde
cantan las chicharras, donde si subes muy arriba, puedes ver cabras monteses,
mientras atrapas renacuajos en la acequia para luego volver a soltarlos. Frigiliana
huele a alegría inmensa, a felicidad infinita, a risotada púber, a amor de
verano. A jazmín y a geranio mientras paseas por sus calles, cuando se pone el
sol. A dama de noche, cuando se asoma la luna. Frigiliana huele a uva, a vino
dulce, a higos secos, a miel de caña, a salsa de almendras. A callejones
empedrados y balcones repletos de macetas de colores, adornando sus
blanquísimas paredes encaladas. A puertas abiertas, a mujeres tejiendo al
fresco, cuchicheando…
A todo eso sabe, huele y suena Frigiliana.
El sábado, 4 de octubre de 2014, a las 18 horas, estaré
presentando mi novela Pasión en
Marrakech en la Casa del Apero (Frigiliana).
Nota:
Pili, no será lo mismo sin ti y tú lo sabes. Echaré
a faltar tu apoyo incondicional, tu entusiasmo y tu risa contagiosa. Siento
mucho no haberte podido firmar el libro. Lo siento en el alma. Y sé que estarás
presente, de una forma o de otra, amiga mía. Fotografías: Antonio Ruiz Ruiz
que bonito sitio.
ResponderEliminarEs precioso, Ana. Yo lo digo desde el cariño, pero cualquiera que pase por ahí por casualidad, haciendo turismo, regresa seguro. Besos.
EliminarLeerlo es como.volver a estar allí por unos instantes. FRIGILIANA también huele a siesta debajo de los algarrobos de la piscina. Y suena a risas entre cortadas de tu hijo y mías mientras tu intentas echar la siesta. :)
ResponderEliminarSí, es cierto. ¡Qué a gustito se está en la piscina! Pero identifícate, Anónimo...
EliminarMi querida amiga, tu pueblo es un lugar soñado, vivir allí creo que debe de ser un lujo, de esos lujos que están en relación con la calidad de vida. Es precioso y tengo que visitarlo. Sé que en pocos minutos, estarás presentando tu novela "Pasión en Marrakech", y sé que esa gente cálida y cercana te va a tratar como tú te mereces, porque eres una persona con una calidad extraordinaria, como todos los habitantes de ese pueblo idílico que a mi también me costó recordar su nombre. Te deseo mucha, mucha m, y aunque esa persona que nombras no estará ahí físicamente, seguro que hay muchas cosas de ella que permanecen. Besos.
ResponderEliminarSí que lo es, Inma, y me siento afortunada por tener mis raíces en un lugar tan precioso, tranquilo y lleno de gente sencilla y entrañable. Estos cuatro días que he pasado allí han sido maravillosos, me he sentido como una reina. La presentación fue un éxito. Y sí, hubo una ausencia irreparable que me dolió en lo más hondo del corazón (una amiga muy querida que nos dejó para siempre hace apenas dos semanas), pero era una persona alegre y jamás hubiera permitido que estuviéramos tristes por ella. Seguro que estuvo allí, aplaudiendo, riéndose de ese modo tan especial como se reía. Un abrazo.
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