¿Habéis pensado alguna vez en la cantidad de plumas que debió de emplear Cervantes para escribir el Quijote? Yo sí, y me encanta imaginarlo. De hecho, creo que me equivoqué de era al nacer, y que más acorde con mi personalidad que hacerlo con un teclado hubiera sido escribir con pluma y tintero, llenando mi antiguo escritorio de hojas manuscritas. Es más, quienes conocen mi letra saben que es inclinada hacia la derecha, picuda y rústica.
Ahora nos parece imposible vivir sin ordenadores, sobre
todo a los que nos dedicamos a la escritura. Pero en un pasado, no tan lejano, solo unos pocos privilegiados los usaban, casi
siempre en el ámbito laboral. Cuando era estudiante, por ejemplo, lo habitual
era hacer los trabajos a mano, primero, y pasarlos a máquina, después. Era un
proceso laborioso y entretenido, nada que ver con el copiar y pegar actual. En esa época —hablo de los años 80—, yo me
dedicaba en exclusiva a estudiar, así es que un día se me ocurrió colgar
carteles a diestro y siniestro, por toda la facultad, ofreciéndome para pasar
trabajos a máquina y sacarme un dinerillo extra. La idea fue un éxito, porque la
gente que trabajaba y estudiaba a la vez apenas disponía de tiempo libre.
Cobraba veinte duros por folio, o sea que por cada cien folios mecanografiados ganaba
diez mil de las antiguas pesetas —sesenta euros—.
Mi primera máquina de escribir fue una Olivetti
Dora, aún anda por ahí, guardada en algún altillo. Después tuve —tuvimos, mi
hermana y yo— una Olivetti Lettera, y luego ya la máquina de escribir
eléctrica, que era lo más... Cuando le cuento estas cosas a mi hijo me mira
como si le hubiera dicho que merodeando por los alrededores de los jardines
universitarios campaban a sus anchas varias especies de dinosaurios. Sin
embargo, a duras penas han transcurrido veinticinco años, ¿qué es eso para la
historia de la humanidad?
En los años 90 utilicé computadora por primera vez. No me preguntéis ni cómo era, ni de qué marca, solo tengo un vago recuerdo de aquel armatoste con el que ejercí mi primer empleo, como grabadora de datos. Uno similar manejé en el siguiente puesto ocupado, de teleoperadora, dándole siempre un uso muy rudimentario y ciñéndome en todo momento al protocolo laboral establecido.
Así inicié el siglo XXI, sin PC propio. Inverosímil
pero cierto. Aunque llevaba escribiendo desde antes de los doce años, lo hacía
en cuadernos, con bolígrafos de gel, usando además, en alguna que otra ocasión,
mi vieja Olivetti. Hasta que decidí que quería escribir un libro, y me planteé
la posibilidad de adquirir un ordenador. Así lo hice. Y confieso que me costó
horrores habituarme a esa nueva herramienta. Durante mucho tiempo
continué escribiendo a mano y era mi hermana la que lo pasaba al Word. Más
adelante empecé a hacerlo sola. Luego me compré un portátil. Y después otro, más
manejable, ligero y pequeñito. Es el que sigo usando y le tengo un gran cariño.
En la actualidad, las únicas anotaciones manuales
que hago son la lista de la compra y algún que otro esbozo o esquema. Se me
haría una montaña comenzar una novela a mano y tener que pasarla acto seguido al
ordenador. ¿No es increíble? Desde luego, a todo se acostumbra una.
Miguel Hernández diría:
ResponderEliminarAunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.
Cuando te voy a escribir
se emocionan los tinteros:
los negros tinteros fríos
se ponen rojos y trémulos,
y un claro calor humano
sube desde el fondo negro.
Cuando te voy a escribir,
te van a escribir mis huesos:
te escribo con la imborrable
tinta de mi sentimiento.
Y YO DIGO: Escribe como quieras, pero escribe.
Escribe , Inmaculada, sigue escribiendo.
EliminarEscribe , Inmaculada, sigue escribiendo.
EliminarNadie lo hubiera podido expresar mejor, desde luego. Gracias, Inma y África, por pasar por mi rincón. Besos.
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