sábado, 17 de mayo de 2014

El oficio de escritor




Una reflexión que me hago a menudo y seguro que como yo, muchos otros escritores, es por qué le cuesta tanto al mundo entender que escribir es un oficio como otro cualquiera. Imagino que se aferran al argumento de que escribimos porque nos gusta, y es verdad, no creo que nadie lo haga por obligación. Pero también al actor le apasiona estar frente a las cámaras, del mismo modo que el pintor se embelesa ante sus lienzos y el bailarín entra en trance sobre un escenario. Son profesiones artísticas, sí, pero profesiones, al fin y al cabo, actividades que ocupan numerosas horas de nuestro tiempo y dedicación.
Tardas años en otorgarle a la escritura un lugar digno en tu existencia, junto a elementos tan importantes como la maternidad y el amor; compaginándola con asuntos más secundarios pero igual de presentes y necesarios, como el trabajo por cuenta ajena y las tediosas tareas domésticas. Tienes la sensación de pasarte la vida entera peleando para que los que te rodean entiendan que no lo haces por hacer, que no es sólo una afición, un pasatiempo o un modo de escapar de otros asuntos —a mí me han llegado a decir que vivo en un mundo de evasión y fantasía—. No. Es tu vocación y el que consideras tu verdadero oficio. Detrás de cada libro hay un importante trabajo de creatividad, inspiración y documentación, dependiendo del género y la temática. Además de disciplina, sin la cual todo lo anterior sería imposible. Pero no solo eso. También hay besos robados, insomnio, reproches ocultos, despistes en el trabajo, falta de sueño, guisos que se queman, polvo acumulándose en las estanterías e interminables debates reivindicativos acerca de la repartición de tareas del hogar. Eso solo para hacerle un hueco al acto de escribir. Luego está la lucha por llegar a publicar uno de tus libros. Cuando por fin lo consigues es un gran paso adelante, sí, pero no es la panacea. La gente te dice: «Bueno ahora ya está, ¿no? Ya se te ha abierto el camino. Una vez publicado uno, publicados todos» ¡Ja! Ojalá fuera tan sencillo. A tu habitual lucha arañando las horas que necesitas para escribir hay que añadir las que precisas para promocionarte en las redes, pasearte por librerías para comprobar que la novela está donde tiene que estar, seguir contactando con editoriales para las obras pendientes de publicación y… ¡rezar para llegar a cobrar algún día por tu trabajo!



Por si esto no fuera suficiente, por lo visto España es uno de los países en los que más se piratea, y lo peor de todo es que ¡ni siquiera nos avergonzamos de ello! En otros países europeos se piratea mucho menos y con cierto pudor. En España se hace de forma abierta, con regodeo, premeditación y alevosía. ¡Y eso sí que me indigna! El mecánico cobra por sus reparaciones; el quiosquero cobra por los diarios y revistas que vende; la panadera cobra por la barra de pan que le compras; el abogado cobra —a precio de oro— hasta por una simple consulta. A ninguna persona honrada se le ocurriría llevarse corriendo el coche del taller sin pagar la reparación; coger una revista y largarse sin abonar su importe; hurtar un panecillo y desaparecer sin más; o negarle al respetable abogado sus honorarios. ¿Verdad? Sin embargo, parece del todo lícito descargarse libros gratis, y por lo visto el que lo hace no tiene ni idea de que es ilegal y está cometiendo un delito. O debe de ser que soy yo la ingenua que prefiere pensar que el que roba de una forma tan descarada no es que lo haga con mala fe, sino por ignorancia, sin detenerse a tomar conciencia del daño que nos hace a los que tenemos este sufrido y poco respetado oficio de escritor.
La lista de obstáculos se hace interminable. Hace falta mucha paciencia, constancia y devoción para seguir adelante sin perder el entusiasmo. Por fortuna, dispongo de esas características. ¡Prepárate, mundo! Porque no pienso darme por vencida. Voy a seguir escribiendo y publicando, escribiendo y publicando... Hasta hacerme un hueco en la historia de la literatura y poder decir con la boca muy grande y la cabeza muy alta: «Soy escritora. Ese es el digno oficio con el que me gano la vida».


¿Escritora en crisis?

Estoy en crisis, me digo a mí misma. ¿Por qué? Me pregunto, iniciando una especie de monólogo interno absurdo. Porque aún no he empezado la ...