Cuando el avión aterrizó en Málaga aquel viernes, a primerísima hora de la mañana, un atractivo chófer (que no era otro que mi primo José Manuel) ya me esperaba en el aeropuerto. Había recibido órdenes, por parte del ayuntamiento, de ir a recogerme. Iba acompañado por mi representante oficial (cómo no, mi padre). Y os parecerá una tontería, pero me sentí importante. ¡Menudo recibimiento! Ni con Lady Gaga se hubieran tomado tantas molestias. No fuimos en Limousine, ni falta que nos hizo. Me ahorré el pesado trayecto en autobús, inevitable para sortear los cincuenta kilómetros que separan la capital de la villa de Frigiliana, y ese es un dato a tener en cuenta. Bonita forma de dar comienzo a una aventura que me tenía tan excitada como ilusionada y que, por unas cosas y otras, había estado posponiendo desde hacía meses.
Después de saludar a familiares y amigos me fui en busca de
María José Caravaca (concejala de Turismo), que me había ayudado a organizarlo
todo, con permiso del ayuntamiento. Luego encaminé mis pasos hacia el Centro
Cultural Casa del Apero para observarlo con otros ojos, pues aunque había asistido
a numerosas charlas, conferencias y actos similares, nunca lo había hecho desde
el otro lado. La presentación de Pasión en Marrakech tendría lugar ahí mismo,
al día siguiente... ¡qué nervios! Necesitaba concretar hasta el último detalle,
así soy yo, no me gusta dejar ningún cabo suelto.

Mientras deambulaba de aquí para allá me cruzaba con gente en mi recorrido. Escasas eran las personas no enteradas de la noticia, pero alguna quedaba. Una inmensa mayoría me saludaba con entusiasmo, me felicitaba por el acontecimiento y anunciaba que haría lo posible por asistir. El desmesurado cariño con el que me asaltaban me sorprendía a cada paso.
La familia al completo se volcó en mí, colaborando cada cual
a su manera para que todo saliera perfecto: mi primo José Manuel fue mi chófer
particular; mi prima Ana Belén cambió su turno de trabajo para poder asistir al
acto; mi prima Carmina me acercó con el coche al supermercado más cercano con el fin
de comprar bebidas y picoteo para ofrecer después del evento; mis padres me
alimentaron e hicieron las veces de escudo evitando visitas inoportunas en mis
horas de ensayo y concentración; mi prima Esperanza y mi tía Carmela
mantuvieron las bebidas frías hasta el último instante; y entre todos se
encargaron de llevar los víveres a la Casa de la Cultura, y se ocuparon de que
nadie se quedara sin una copa de cava o un vaso de refresco. No hay palabras
para expresar lo infinito de mi agradecimiento hacia todos y cada uno de ellos.
Eran conscientes de mi nerviosismo, no estoy acostumbrada a hablar en público y
cuando se avecina un acto de tales características permanezco en tensión continua
durante las largas horas y días previos.
A las cuatro de la tarde del sábado, 4 de octubre del 2014
(dos horas antes de lo previsto), ya estaba yo sentada en la mesa del patio de
la Casa del Apero (se celebró al aire libre porque hacía un tiempo estupendo),
con unas cincuenta sillas delante, aún vacías, contemplando el micrófono con
estupor. Jamás en la vida había usado micrófono. Tuve tiempo de meditar,
pasear, observar, divagar... A eso de las cinco y media llegaron Rita y
Federico, de Librería Europa (Nerja) y montaron su stand con una cantidad
nada despreciable de ejemplares de Pasión en Marrakech. Enseguida hizo también
su aparición María José Caravaca y poco a poco, sin prisa pero sin pausa,
fueron llenándose las sillas.
Algo más tarde de la hora acordada, María José pronunció
unas palabras sobre mí, a modo de presentación, y luego me dejó sola ante el
peligro. Arrancar fue lo peor, ya que quise hacerlo mentando a Pilar Herrero
Sánchez, una gran amiga que esperaba esta presentación con la ilusión de una chiquilla,
que debería haber estado ahí, sentada en primera fila, pero el destino no lo
permitió. Nos dejó para siempre y de forma inesperada apenas dos semanas antes.
Recordarla en un momento como ese era inevitable e imprescindible. Se lo debía.
Fue muy duro. Para mí y para muchos de los presentes que, tras una emotiva
ovación en su honor, me animaron a continuar. Un par de tragos de agua
disolvieron el nudo de mi garganta, y la calidez del público disipó la humedad
de mis ojos. Después de eso... todo fue fácil. Además, ella estuvo allí, lo
sé... Estoy segura.
Siempre me he sentido en Frigiliana como pez en el agua. Se
trata de un pueblo pequeño, y hasta cierto punto es comprensible que cualquier
nuevo acontecimiento cause sensación. Admitamos, sin embargo, que dar a conocer
una novela no es comparable a un espectáculo de baile, una representación
teatral o la actuación de un grupo musical. Para el público en general, la
presentación de un libro se augura como un acto que presume ser tedioso y que
sólo unos cuantos pueden apreciar, dependiendo de si la temática es o no de su
incumbencia y en todo caso del vínculo que le una al autor. Por eso, toda
expectativa quedó superada con creces, en esta ocasión. El aforo se fue
llenando... y llenando. Faltaron sillas, pero enseguida sacaron más. Me sentí
desbordada, y muy querida. Un interminable aplauso siguió a la charla, hubo
preguntas repletas de sana curiosidad y afecto sincero. Pero lo que más hubo
fue cariño a raudales.
A continuación estuve recibiendo felicitaciones y firmando libros durante más de una hora. No sólo a gente autóctona, también de pueblos colindantes, e incluso de fuera de España, porque en Frigiliana viven ingleses, franceses y alemanes, entre otras nacionalidades. Personas que en su día la visitaron con fines turísticos y acabaron quedándose para siempre. Me llegó al alma que me comentaran que
mi charla les había transmitido paz y que habían disfrutado escuchándome. Con
lo tímida que soy y el reto considerable que supone para mí hablar en público,
oír algo así resulta realmente halagüeño. Desde la publicación de Pasión en
Marrakech, este ha sido, con diferencia, el acto más emotivo que he
protagonizado. La mayoría de gente había leído mi novela varios meses atrás,
aun así compraron otros ejemplares para regalar. Se agotó casi por completo el
stock disponible. Vamos, no es que vaya de diva, pero la verdad es que me
hicieron sentir protagonista indiscutible y admirada... y me gustó. Fue
maravilloso.
A toda mi familia (tanto los que fueron como los que no) por
su colaboración, entusiasmo y apoyo: GRACIAS.
A todas las personas, conocidas y desconocidas, que
estuvieron presentes: GRACIAS.
A los que deseaban ir pero no pudieron, no se acordaron o no
se enteraron: GRACIAS.
A las magníficas fotógrafas espontáneas: GRACIAS.
Al Ayuntamiento de Frigiliana, a la Casa de la Cultura, a la Concejalía de
Turismo, a la Librería Europa (Nerja): GRACIAS.
¡GRACIAS, frigilianenses!
¡¡¡UN MILLÓN DE
GRACIAS, FRIGILIANA!!!
A Pili, porque si en el cielo hay acceso a internet, seguro que está leyendo esto con los ángeles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario