sábado, 26 de enero de 2013

Bajo el sol del desierto






(Aquí os dejo un nuevo fragmento de
Pasión en Marrakech,
 novela erótica ambientada en Marruecos, país que posee la capacidad de despertar mi inspiración y todos mis sentidos).



...Los todoterrenos empezaron a hacer su aparición frente al hotel en medio de un gran alboroto. Rugiendo, derrapando. Los intrépidos conductores competían entre sí, empeñados en demostrar su audacia al volante, levantando a su paso tanta expectación como polvareda. En cuanto se apearon de sus respectivos vehículos, me dejé embargar por una emoción extraña, casi pueril. Eran jóvenes, en su mayoría, y había algunos muy atractivos. Sus atuendos se asemejaban bastante al del guía número uno, tipo explorador, como de camuflaje, con un chaleco multibolsillos. Lo más llamativo, sin embargo, eran sus turbantes. Ese detalle les infería un toque exótico irresistible. 

Fui la primera en lanzarme. Y puesta a ser atrevida me dirigí al que me pareció más guapo y cachas de los guías presentes.
¾Salam aleikum ―proferí, educada.
¾Aleikum salam ―respondió, bajando la cabeza. No era tan moreno como los guías anteriores. Su piel era café con leche, con más leche que café. El turbante enmarcaba un rostro cuadrado, de mandíbula pronunciada, y labios muy gruesos. Los ojos, almendrados, rodeados de largas y espesas pestañas, eran de un bellísimo color avellana verdoso. Entre el labio inferior y la barbilla se alojaba una sensual perilla que no hacía más que acentuar su belleza, lo que hacía difícil desviar la mirada a otra parte. Ya había observado que un buen número de jóvenes marroquíes lucía ese mismo tipo de perilla seductora. Con comedido disimulo diseccioné su anatomía de arriba abajo y calculé que no tendría más de veintitantos años. Él me examinó a mí sin el menor apuro. A través de la camisa y el chaleco se adivinaban sus importantes pectorales. Apoyado en uno de los vehículos, cruzado de brazos, con ese aire de seguridad que emanan quienes han repetido cientos de veces la misma hazaña, medio esbozó una sonrisa que dejó al descubierto una bonita dentadura. 

¾¿Podrías ponerme esto a modo de turbante? ―Le hice entrega de un fular color malva. Adopté esa expresión de mujer desvalida que precisa de la ayuda de un hombre que a ellos tanto les gusta.
¾Claro, por supuesto ―exclamó en un perfecto castellano, haciendo alarde de una amabilidad exquisita. 

Sus mangas dobladas hasta encima del codo exhibían unos imponentes bíceps. Tomó el fular con suma delicadeza y se acercó tanto a mí que su rostro y el mío casi se topaban. Se me aceleró el pulso. Me rodeó con sus brazos para colocar la parte central del pañuelo, doblado por la mitad, en mi nuca, cubriéndome la cabeza y llevando los extremos de la tela hasta mi frente. Inclinaba su pelvis hacia delante de tal manera que parecía inevitable el roce de nuestros cuerpos. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral desde las cervicales hasta la zona lumbar. Sujetó las puntas del fular y empezó a retorcerlas formando un torniquete justo encima de mis cejas. Después llevó uno de los extremos hacia atrás y lo remetió; lo mismo hizo con el segundo. Entonces soltó parte de la tela junto a sendas mejillas y me dijo que podía pasarla al otro lado por debajo de mis ojos, o por debajo de mi barbilla, dejando el rostro al descubierto. Elegí la segunda opción. Me temblaban las piernas. 

¾Voy a convertirme en tu sombra ―murmuró junto a mi oído, antes de retirarse. Pude percibir la calidez de su aliento y un suave aroma a sudor masculino. Se me erizó la piel… y sentí que la vulva se me hacía agua. 

Tomé aire, tragué saliva y me reuní de nuevo con el resto del grupo, mientras disimulaba como podía. Enseguida me abordó Nuria. 

¾Estás guapísima. ¡Qué bien te queda! ¡Yo también quiero! 

                La mayoría de mujeres y algún que otro hombre del grupo corrieron en busca de su turbante, y se armó un revuelo tremendo. A continuación, los fornidos muchachos empezaron a colocar nuestros equipajes en las vacas de cada 4x4, tarea que les mantuvo ocupados durante un buen rato. Luego nos distribuyeron en los vehículos. El guía número cuatro no me decepcionó y cumplió con lo esperado: me incluyó en su coche. 

                Los todoterrenos eran de ocho plazas, pero eso no me impidió ocupar el asiento del copiloto, privilegio que provocó envidias a mi alrededor. Entre mis acompañantes no figuraba ninguno de aquellos con los que ya tenía un poco de confianza, así es que me limité a contemplar el paisaje e intercambiar miradas con mi guía número cuatro, deleitándome con el morbo que proporciona seducir y ser seducida delante de tantos testigos… sin que te pillen. El joven conductor no cesaba en su indiscreto juego. Era tan descarado que mis mejillas debieron teñirse de un rojo intenso, a juzgar por mi sofoco. Temí marearme. Siempre tendría la opción, eso sí, de culpar a las altas temperaturas. Mis compañeros de viaje conversaban entre sí, animados y dicharacheros. Muda por la emoción, me sentí protagonista de una de esas películas de exploradores que se pierden en el desierto y corren toda suerte de aventuras. Una excitación incontenible se apoderó de mí. Recorrimos kilómetros y kilómetros de terreno llano y polvoriento. Si bajábamos las ventanillas, tragábamos polvo y arena. Si las subíamos, la sensación de calor era asfixiante. No había escapatoria posible. A lo lejos, empezamos a divisar las magníficas dunas del desierto, el pintoresco hotel en el que nos alojaríamos esa noche y a los enigmáticos tuareg. Un numeroso grupo de hombres azules, con sus correspondientes camellos, nos esperaba. 

Cuando me apeé del vehículo ya no estaba segura de si la intensa excitación que experimentaba se debía al descarado coqueteo del guía, a la visión de los camellos en los que subiríamos en breves instantes ―en realidad dromedarios, de una sola joroba―, a la contemplación de tan paradisiaco paisaje, o a una mezcla de todo. Sin embargo, me inclino a afirmar esto último. Por un lado, me sentía como una niña; por otro, como una femme fatale. 

Me acerqué a los tuareg a paso ligero, percibía la intensidad de una decena de pares de ojos que me escudriñaban a través de sus turbantes. Estaba turbada, nunca mejor dicho. Un inesperado escalofrío recorrió mi cuerpo entero. Me sentía muy deseada y era una sensación placentera y poderosa, desconcertante. Rachid y los guías del desierto conversaban entre sí en árabe, organizando la expedición. Nuria corrió hacia mí cual púber de doce años, emocionada. Las pupilas brillantes y una sonrisa de oreja a oreja atravesaban su rostro. 

¾¡Rachid se ha ofrecido a subirse conmigo! ―comentó eufórica.
¾¿Y eso? ―inquirí, asombrada.
¾Le he dicho que no seré capaz de montarme sola en uno de esos bichos, que me muero de miedo. ¡Es mentira pero ha funcionado! Me encanta hacerme la mujercita desvalida e indefensa. ¡Y ellos son tan inocentes! ¡Se matan para proteger a una dama! ―Se alejó risueña; se giraba cada dos pasos y me guiñaba un ojo. 

Me quedé perpleja. Jamás se me hubiera ocurrido semejante artimaña, esa es la verdad. La parte más femenina de mi cerebro se puso entonces a funcionar, rebuscando en el archivo de las argucias de mujer, ese que toda fémina posee, aunque no lo use. 

¾Dios mío, son enormes ―observé los camellos, boquiabierta, acercándome al guía cachas que me había llevado hasta ahí―. No podré subirme. ¡Qué horror! 

                Giré sobre mí misma y me encaminé con paso firme y decidido hacia el hotel. 

¾¡Espera! ―le oí gritar. Continué andando sin mirar atrás, con esa velocidad propia de situación de riesgo que eleva la adrenalina. El muchacho corrió detrás de mí y me agarró del brazo, obligándome a detenerme. La fuerza de su impulso me cautivó. Me giré hacia él―. No permitiré que te vayas así. No pienso dejarte escapar. Subirás al camello conmigo. ―Lejos de molestarme, su tono imperativo y dominante despertó en mí una admiración con tal carga de erotismo que a duras penas lograba reconocerme a mí misma―. Yo cuidaré de ti. 

Mi respiración era tan agitada que un botón de la blusa saltó de mi busto. No puedo presumir de grandes pechos, pero sí de unos senos firmes, redondos como mandarinas y bien contorneados. Se llamaba Otman. La calidez de su voz me derretía y su acento se me antojó de lo más seductor. Sus pupilas se clavaron en mi escote como dardos afilados. Me gustaba tanto que me olvidé de Rachid… y hasta de Omar. Sus ojos trazaron una línea descendiente por mi anatomía, aunque llevaba una falda demasiado larga y amplia como para que adivinase lo que se ocultaba debajo. Sin embargo, eso no pareció desanimarle. Esbozó una pícara media sonrisa y me dedicó un guiño que no comprendí. Esa forma suya peculiar de ladear la boca empezó a resultarme familiar. Lo hacía cada dos por tres. Con la devoción de quien participa por primera vez en un misterioso y apasionante juego… decidí obedecerle. 

                Otman se fue hacia Rachid para ponerle al corriente de la situación. Mientras hablaban, me observaban de reojo. Sus rostros reflejaban esa autosuficiencia característica que demuestran algunos hombres ante una mujer. Y me sentí especial, como una chiquilla dispuesta a cualquier cosa con tal de disfrutar de su golosina preferida. 

Los camellos fueron colocados en fila, se les obligó a sentarse en el suelo y los guías ayudaron a los turistas a subirse en ellos, solos o por parejas. Otman me recomendó poner la falda hacia atrás, de forma que por la parte delantera toda la tela quedara atrapada bajo mi cuerpo. Estaba a punto de seguir sus indicaciones al pie de la letra cuando oí la voz de Rachid llamándome y viniendo a toda velocidad. Me detuve en seco. 

¾Será mejor que me suba contigo, Edurne ―sentenció el guía número dos. 

Entonces atisbé a lo lejos a Omar, cuyas audaces piernas corrían también, desde el hotel, hacia nosotros. 

¾¡Espera, Edurne, espera! Yo me montaré contigo ―gritó. 

Miré a Otman, a Rachid, a Omar… y otra vez a Otman. De repente, cruzaron sus miradas desafiantes y empezaron a discutir en árabe, subiendo el tono de voz al tiempo que los niveles de testosterona se elevaban hasta el cielo. La escena era surrealista. Enmudecí. No sabía ni qué decir ni qué pensar. Tenía ante mí tres hombres hechos y derechos intentando… ¿Protegerme? ¿Seducirme? ¿Era un sueño hecho realidad… o una pesadilla? Todo el mundo nos miraba. Ninguno de los testigos comprendía nada y yo menos que nadie. Rumiando pausadamente, el camello contemplaba la escena sin aspaviento, con sus enormes ojos saltones de párpados entrecerrados. Me entraron ganas de reír a carcajadas pero me contuve. Una burlona sonrisa se instaló en mi cara. ¡Se estaban peleando por mí! Los tres me deseaban. ¡Increíble! Me sentí muy poderosa. Sin decir ni mu me abrí de piernas y me coloqué sobre el animal. Me quedé ahí mirándoles, hipnotizada, incrédula a la par que divertida. ¡Hacía tiempo que no disfrutaba tanto! Omar me deseaba. Rachid me deseaba. Otman me deseaba. ¡Guaaaau! Supe que el guía número cuatro había ganado la contienda porque subió al camello enardecido y se me encaramó detrás, muy pegado a mi cuerpo, rodeándome con sus fuertes brazos en un gesto de lo más posesivo, lanzando una mirada desafiante a sus contrincantes. Los otros se dieron la vuelta con expresión ofendida y se retiraron. Algunos metros más allá, Nuria observaba la escena decepcionada, por mucho que Rachid estuviese regresando a su lado para montarse con ella. Y Omar se encaminó hacia el único ejemplar que quedaba libre.

Otman y yo íbamos subidos en el último camello de la fila, guiados por un hombre azul, como todos los demás. El caminar parsimonioso del animal nos hacía mover adelante y atrás, adelante y atrás, con un agradable balanceo. El paisaje era maravilloso, como de película, y yo me sentía protagonista indiscutible. En apenas unos minutos se pondría el sol. Me dejé abrazar por Otman y percibí que algo muy duro y abultado chocaba con mi trasero, a cada paso de la bestia. Estaba excitada, muy excitada. Toda suerte de fantasías sexuales asaltaba mi mente. Y eso que ignoraba por completo en qué desembocaría aquel suave vaivén. Otman empezó a murmurar palabras incomprensibles al tiempo que mordisqueaba el lóbulo de una de mis orejas. Se me pusieron los ojos en blanco y la piel de gallina. Resultaba tremendamente seductor. Deseaba besar esos labios gruesos, tocar su abultado paquete. Pero estaba inmovilizada, atrapada en una cárcel de brazos y piernas. Me imaginé a mí misma como una esclava. Dominada por él, sometida a su voluntad, convertida en su sierva. Aflojé mi cuerpo, me liberé de la tensión y me dejé llevar. El sol bajaba sin prisa hacia las dunas, el cielo se teñía de magníficos tonos rojizos y yo, impaciente, víctima de una deliciosa embriaguez, me anticipaba al gozo...
 
(Pasión en Marrakech
 será publicada en octubre, por Ediciones Tombooktu. Es mi segunda novela, mi tercer libro y la primera de mis obras que verá la luz). 
 
 
 

4 comentarios:

  1. Esta pasión está al rojo vivo, se nota la temperatura del desierto en todos sus componentes. Me encanta. El comentario del dromedario me ha hecho recordar una anécdota.

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  2. ¡Espero que me la cuentes! Un beso, Inma.

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  3. Pasión en Marrakch. ¿Cuántas mujeres hemos fantaseado con una pasión así?
    Quiero hacer una valoración de tu libro. Me gusta mucho tu manera de narrar la historia, describes muchos detalles y la hace rica en contenido. Consigues que las emociones te contagien con las historias vividas a través de los ojos.
    He sentido más pasión que erotismo y me ha gustado poder vivir la vida de la protagonista, con esas subidas y bajadas de calor.
    La lucha por el amor de verdad, sin tener miedo a descubrir otros horizontes y a cambiar por completo toda tu vida.
    Cuando algo te mueve por dentro y te convences, que tienes una misión en la vida y tienes que salir a buscarla.
    Como describes todos los paisajes, con esos olores y costumbres de vida, tan diferente a la nuestra, pero siempre igual en el amor, y da igual la ciudad, la raza, la lengua y todo aquello que lo haga diferente.
    Es una novela dinámica, paseas entre sus líneas viviendo la historia de cada uno de sus personajes y de cada uno obtienes algo que te llama la atención. Algunos te caen mejor que otros, pero lo bueno que aprendes de todos ellos.
    Las emociones se palpan en cada hoja que leo. Y me transportan a una imaginación libre. Sintiéndome yo la protagonista de tu novela.
    Muchas Felicidades Mar, por esta novela, sin duda eres una excelente escritora. Y sé que lo seguirás siendo, aquí tienes a una lectora fiel de todas tus novelas.

    Gema.G


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