miércoles, 16 de mayo de 2018

Finales felices






Personas de mi entorno que han leído Los ojos de Saïd, novela que a pesar de su reciente publicación, escribí hace unos cuantos años, me han preguntado si el argumento sería el mismo si la hubiese escrito ahora. No he sabido qué contestar. Confieso que tampoco sé qué responder cuando alguien me comenta que caigo en los tópicos y que mis finales son demasiado idílicos. Mi primera reacción es quedarme muda, algo que no siempre implica que no esté de acuerdo, sino que necesito meditarlo. Aprendo más de quien se atreve a hacerme una crítica honesta, aunque no sea buena, que de quien se esfuerza en decirme lo que sabe que quiero oír. Una crítica constructiva puede resultarle de gran ayuda al escritor —o aprendiz de— que desea pulir su estilo y enriquecerlo con cada nueva humilde aportación al mundo de las letras. 




Aun así, no soy de reacciones rápidas. Analizo todas las opiniones que recibo acerca de lo que escribo, positivas y negativas. Le doy numerosas vueltas. Entro en debates conmigo misma. Me planteo viejos conflictos: —¿Qué pesa más, lo racional o lo emocional?—. Por fin, después de una larga retahíla interna que reivindica su liberación externa, me atrevo a exponerlo por escrito, a modo de reflexión, como haré ahora.






Quienes me conocen de verdad, saben que no soy una persona banal, ni lo son mis escritos. Suena contradictorio, me doy cuenta. ¿Cómo otorgarle cierta lógica a lo que trato de expresar? En mis textos se cuelan experiencias y estados de ánimo, ya lo sabéis. No puedo, ni quiero evitarlo. Si no lo hiciese así, no sería yo. La que garabateó las primeras anotaciones que darían paso a lo que luego se convirtió en Los ojos de Saïd era una mujer —enamorada hasta los tuétanos— que no sabía nada de Marruecos, ni de los marroquíes, ni de sus costumbres, ni de su religión. Era una Mar cándida que, absorbida por la serenidad de una mirada de ojos negros, tiró del hilo de ese sentimiento, y se dejó arrastrar por él tanto en su propia existencia, como sobre el papel. Después, la imaginación hizo de las suyas, y el destino también. 




Como no tenía prisa, la trama fue tomando forma a medida que pasaba el tiempo, a la par que se consolidaba su historia, la verdadera, la que transcurría en el mundo real. Más tarde, esa Mar viajó en repetidas ocasiones a Marruecos, un país que se le quedó prendido en el alma, cuyas múltiples contradicciones la cautivaron por entero. De ahí se trajo la semilla para Pasión en Marrakech que, como todo aquel que la ha leído sabe, es un torbellino de felicidad, sensualidad y erotismo, fruto de la vorágine de sensaciones en las que ella misma estaba sumergida en esa idílica etapa de su vida. Esa Mar todavía creía en los finales felices. Estaba firmemente convencida de su existencia. Se sentía fuerte para hacerle frente a cualquier obstáculo, en la realidad y en la ficción, porque tenía claro que el broche de oro iba a ser un hermoso final. Un final feliz. Imprescindible. Irreversible. Insustituible.  

   



Ingenua para unos, inocente para muchos, niña adulta para otros. A menudo no soy ni lo primero, ni lo segundo, ni lo tercero. Pero es cierto que, en algunas ocasiones, lo soy todo a la vez. Escribo con la misma pasión que amo y vivo. Me entrego en cuerpo y alma, incluso cuando invento esos finales felices que anhelo para mí misma. Así soy yo. Transparente. Desnuda. Expuesta. Ningún «as» bajo la manga.





Tanto Pasión en Marrakech como Los ojos de Saïd pintan las cosas más bonitas de lo que en realidad son, en efecto. ¿Y qué? Están escritas así a conciencia. Son novelas. Es ficción. La vida no es una novela, demasiado bien lo sé. ¿Pero por qué no darnos el gusto de vez en cuando de leer —y escribir— historias que nos desconectan de nuestra verdad y nos transportan a un universo paralelo en el que los finales felices son posibles?






En cuanto a si Los ojos de Saïd sería lo que es si la hubiese escrito ahora… La respuesta es no. Un NO rotundo. Ni siquiera existiría. Por otra parte, aun a riesgo de contradecirme una vez más, me alegro de haberla creado cuando lo hice, ni antes ni después. Me alegro de que exista, y de que sea tal y como es. Estoy segura de que ha cumplido la función de cerrar un ciclo de mi evolución —como escritora y como persona— que dará paso a un estilo diferente, más maduro.






 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Escritora en crisis?

Estoy en crisis, me digo a mí misma. ¿Por qué? Me pregunto, iniciando una especie de monólogo interno absurdo. Porque aún no he empezado la ...