domingo, 18 de noviembre de 2012

ME SEPARÉ, AUNQUE LE AMABA DEMASIADO. Del amor y otras adicciones






(Fragmento de mi libro Me separé, aunque le amaba demasiado. Del amor y otras adicciones. Dedicado a todas aquellas personas que se están separando, que lo están pensando, que lo hicieron recientemente o hace mucho tiempo. Y con especial cariño a mis amigas divorciadas, que no son pocas).

Tomar la decisión de separarme no fue agradable. Y sabía que tendría que ser yo la que diera ese paso, porque él jamás lo haría. No resultó sencillo, desde luego, pero fue lo menos complicado de todo lo que tuve que afrontar, en consecuencia.

Decir que una ruptura resulta siempre dolorosa y traumática sería hablar demasiado a la ligera; y añadir que se ha de pasar un período aproximado de un año para elaborar el duelo es caer en un tópico. No se puede generalizar, depende de cada circunstancia. En mi caso no fue la falta de amor la que me empujó, sino el instinto de supervivencia. Mi marido había caído en las garras de una adicción y después de años y años intentando ayudarle a salir de ese pozo comprendí que lo único que estaba logrando era hundirme con él. No es fácil convivir con un adicto, ya sea alcohólico, drogadicto o ludópata. Te conviertes en su cómplice y cada paso en falso que él da te salpica a ti, inevitablemente. Todo lo tuyo queda en un segundo plano, te vas anulando, borrando tu propia existencia sin apenas dejar rastro… hasta que él se convierte en el centro único y exclusivo de tu universo. O mejor dicho: su adicción y él. Eso me sucedió. Y cuanto más enganchado estaba él a su droga, más enganchada estaba yo a él, como si fuese mi propia droga. Tardé en darme cuenta. Y cuando por fin tomé conciencia, solté su mano, le dejé caer y salí corriendo sin mirar atrás, con mi pequeño hijo en los brazos. Paradójicamente, mi ex se recuperó en menos que canta un gallo (no de su enfermedad, sino de la separación) y no derramó ni una sola lágrima. No pidió perdón, no me rogó que volviéramos a intentarlo… ¡Quedó liberado! Para una servidora, en cambio, fue como un desgarro. Triste forma de descubrir lo efímero de sus sentimientos hacia mí. Había dejado de quererme mucho tiempo atrás. Se había acomodado, eso sí, los humanos somos animales de costumbres. He necesitado varias sesiones de terapia y leer unos cincuenta libros de autoayuda para ser capaz de asimilar tan cruda certeza. Al mes de separarnos ya me había reemplazado por otra.
 
Romper con tu pareja sin haber dejado de quererla equivale a arrancarte de cuajo el corazón, tirarlo al suelo y pisotearlo, que es lo que yo hice. Y superar eso resulta una tarea ardua que requiere olvidarse de prisas y poner una voluntad férrea. Pasas por varias etapas. Primero resuelves el papeleo y estás tan ocupada arriba y abajo que no te paras a pensar en qué está pasando. Después tu ex se echa novia y tú, incapaz de desear a otro hombre que no sea él, te subes por las paredes. Más adelante te autoconvences de que no te importa en absoluto lo que haga y tú puedes pasártelo tan bien o mejor, ligando más incluso, pero obviamente no lo consigues, y si lo logras resulta desastroso porque comparas a todos los hombres con tu ex y ninguno está a su altura.
 
Y de repente caes en picado y te das de narices contra el frío y duro suelo. ¿Qué es lo que te pasa? No consigues encontrar pareja, todo te incomoda, todo te pone de mal humor, no tienes vida sexual y, para colmo, él te empieza a hablar de divorcio. ¿Divorcio? ¿Es que piensa volver a casarse? ¿Ya…? Han transcurrido varios años, aunque a ti te parezca que fue ayer. Él tiene su vida encauzada y da la impresión de que le va a las mil maravillas sin ti, tan feliz con su nueva compañera. Quiere casarse con esa a la que tú odias con toda tu alma y que encima va a ser la madrastra de tu precioso retoño y la madre de sus posibles futuros hermanitos. Te quieres morir. ¿Qué has hecho tú mientras tanto? Te das cuenta, horrorizada, de que has seguido pensando en él… un poquito. Soñándole, añorándole, poniéndote guapa cada vez que venía a buscar al niño. Admites, no sin cierta inquietud, que aún estás un pelín enamorada, muy a tu pesar, quizás de una idealización, tal vez de un fantasma. Necesitas coquetear para sentirte viva. Y no deseas coquetear con otros, sino con él. Te miras al espejo y no te reconoces. ¿Pero qué estás haciendo? ¿Arrastrándote tras el hombre que te ha amargado la existencia…? Se acabó. Y empiezas a recibirle en pantuflas y sin maquillar. Total, a él que le importa si deambulas por tu casa como una zarrapastrosa. Recoges a tu hijo como si fuera un paquete de SEUR, no intercambias ni una palabra con el que estuviste casada tantos años que ni te acuerdas, le das con la puerta en las narices y no vuelves a saber más de él hasta quince días después.
 
Entonces, justo entonces, te enfrentas por primera vez a la realidad: estás sola. Mujer, separada, treinta y tantos, con un hijo. Esa eres tú. Se te cae el mundo encima. Sola ante ti misma, frente a frente, te contemplas una vez más en el espejo. Con calma, sin evasivas… y no te gustas. Parece que ha transcurrido un siglo entero desde que conociste al que fue tu compañero y ya no lo es. Presa del pánico descubres ante ti un abismo infinito. Ya no tienes que arreglar tú los desaguisados provocados por él; ya no tienes que rescatarle de sus continuas recaídas; ya no tienes que tirar del carro de un matrimonio desastroso; ya no tienes que pelear para separarte; ya no tienes que batallar con cientos de trámites…
 
Eso quedó atrás.
 
Y entonces, justo entonces, empiezas a comprender el asunto tal y como es: el hombre al que le hubieras dado la luna si te lo llega a pedir está rehaciendo su vida con otra mujer que no eres tú. Y a ti no te queda más remedio que aceptarlo. Tienes cosas por las que luchar y ninguna de ellas es él. Un hijo, una profesión, amigos, familia… Lloras y lloras con desespero. Experimentas un dolor visceral pero por primera vez tuyo, como si acabaras de parir. Es el principio del fin. Lo vas a superar. Tu historia, la tuya propia (y no la que viviste con tu inestable marido, que ahora es tu ex) acaba de empezar. Tienes ante ti un maravilloso libro con todas sus páginas en blanco… ¡empieza a escribir! Nadie dice que vaya a ser fácil o divertido. Aun así, debes hacerlo por ti misma. Y por tu hijo. Duele, lo sé. La herida está abierta pero se cerrará y, con el paso de tiempo, irá cicatrizando.
 
¿Y…? ¿Eso es todo…? ¿Tanto sudor y lágrimas para sentir este vacío, sin más…? Así es. Tienes dos opciones: seguir corriendo con los párpados cerrados, tropezando cada dos por tres con la misma piedra; o detenerte a analizar qué ha pasado y por qué, para empezar a caminar con los ojos bien abiertos. Tú decides.


 
 

6 comentarios:

  1. Muy bien contado.
    ¿Has pensado convertirlo en cuento o en novela? Quiero decir que hay potencial en lo que he leído. Tiene su ritmo y la experiencia la cuentas con desgarro y emoción, pero sin caer en el "culebrón". Es difícil no caer del otro lado, pero tú lo consigues. Me gusta mucho lo que he leído. Felicidades.
    Yo también soy un recién llegado a este submundo de los blogs. Que tengas mucha suerte en él.
    Encantado de hallarte.

    ResponderEliminar
  2. Sí, es un fragmento de mi libro "Me separé, aunque le amaba demasiado", todavía inédito. Comentarios como el tuyo levantan el ánimo a cualquiera! Muchísimas gracias, José! Y bienvenido.

    ResponderEliminar
  3. Lo comentaba con tu prima carmina, piensalo y conviertelo en una novela tiene futuro.

    ResponderEliminar
  4. Ya lo convertí en un libro hace unos cuantos años. Se titula "Me separé, aunque le amaba demasiado. Del amor y otras adicciones". Aún pendiente de publicación. Gracias, Lola!! Me gusta que te guste! Besos.

    ResponderEliminar
  5. Me gusta,me gusta mucho,tiene ritmo y la historia promete!
    enhorabuena Mar!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Inma, hasta ahora no había visto tu comentario. Pues te comunico que ya está en manos de una editorial, pendiente de valoración. ¡A ver si hay suerte! Saludos.

      Eliminar

¿Escritora en crisis?

Estoy en crisis, me digo a mí misma. ¿Por qué? Me pregunto, iniciando una especie de monólogo interno absurdo. Porque aún no he empezado la ...